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siciones; privilegiadas, en verdad, porque, semejantes á los ramilletes, se forman reuniendo para ellas lo mejor de cada una de las distintas especies de flores que crecen en los vergeles de la poesía. >>

Desnuda de todo viso y color sobrenatural, la que se titula Maldonado tiene parentesco más íntimo que con La Azucena milagrosa con la índole y carácter de los Romances históricos, y muy particularmente con los denominados Un Embajador español y Un castellano leal. Júzgala Ochoa 'mejor ideada que las otras dos, porque todo en ella le parece natural y verdadero, porque encierra cuanto se puede y debe exigir en las de su clase; entre lo cual el inolvidable crítico incluye por primeras condiciones, como en los dramas, el interés de la acción, y como en las novelas, la verdad de los caracteres. Prescindiendo de que esta última condición no ha de atribuirse únicamente á las novelas, sino á toda creación del arte que aspire á retratar ó representar seres humanos, encuentro fundado el parecer de tan esclarecido escritor cuando sostiene que la noble y hermosa figura del Almirante Pérez de Aldana, héroe principal de la leyenda, es tipo excelente de la antigua caballerosidad española. Pero aun estando éste y otros personajes que intervienen en la acción imaginados tan varonilmente

y delineados con tanta naturalidad, estimo el conjunto del poema inferior al de La Azucena milagrosa. En mi concepto hay en ésta más originalidad, mayor fuerza inventiva, pasiones más radicalmente humanas, caracteres no menos verdaderos, y una riqueza poética, una variedad de colores y matices, nunca chillones ni mal casados, que la hacen superior en atractivo á la preferida por Ochoa. Lo cual no amengua el mérito de Maldonado, que ofrece á la consideración del lector hermosos rasgos de carácter, diálogos sobrios muy expresivos, pinturas tan animadas como el cuadro entero de la lid, y descripciones semejantes á esta de una embarcación juguete de la borrasca:

«Sólo el compás de los movibles remos,

Y el silbido del cómitre resuenan,

Y el rumor sordo de la leve espuma,
Y el agrio rechinar de las maderas.

Á poco nace el Ábrego, y en breve
Crece, y gigante los espacios llena,
Y zumba entre las nubes, y sañudo

Se arroja al mar y por sus llanos vuela.

Y lo azota, y lo empuja, y lo entumece,

Y revuelve y confunde sus arenas,

Y en fantásticos montes lo levanta,

Que se alzan y hunden, chocan y revientan.»

Con harta razón asegura Ochoa que El Ani

versario es de las tres leyendas del Duque la menos esmerada en su forma, y que la tradición en que se funda, relativa á las rencorosas parcialidades de Bejaranos y Portugaleses que fueron azote de Extremadura en la época de D. Sancho el Bravo, es «de las más admirablemente bellas que conocemos. » Tratando de dar idea de la tradición y de la leyenda, que la sigue con rigurosa fidelidad, lo hace en estos términos: «Sacada de una antigua crónica de Badajoz, lleva en sí un carácter tal de grandeza y terror al mismo tiempo, que no es posible pensar en ella sin sentirse profundamente sobrecogido. Aquel templo lleno de improviso con las sombras de los antiguos conquistadores de la ciudad; aquel celebrante que, cumplida su misteriosa misión, cae muerto cual si le hubiera herido un invisible rayo, son imágenes cuya grandiosa novedad pasma y aterra: no tiene la Edad-Media, tan rica de tradiciones poéticas, otra que lo sea más que esta, ni acaso tanto.» Con efecto, ese portentoso cuadro, al cual se subordinan todos los antecedentes, circunstancias y pormenores de la leyenda, causa en el ánimo impresión tanto más profunda y aterradora, cuanto mayor es el contraste que forman los enconados bandos que inundan en sangre calles y plazas mientras debieran asistir al templo para celebrar el aniversario de la

reconquista, con el sereno valor y honda fé del sacerdote acude á decir la misa menospre

que

ciando riesgos, y con la viva piedad de los difuntos conquistadores que abandonan sus tumbas y llenan las naves de la espaciosa catedral, para que el Santo Sacrificio no se celebre sin auditorio de fieles cristianos en día tan solemne y memorable.

En esta leyenda, como en La Azucena milagrosa, como en el fondo de las mejores producciones del Duque de Rivas y de cuantos ingenios de nuestra patria han sobresalido y brillado más en pasados siglos, resplandece el sentimiento religioso, el espíritu católico, basa y principal fundamento de todas las glorias y grandezas de nuestra nación. Necesitábase la nociva sombra de la funesta libertad revolucionaria, que usurpa nombre y fueros á la libertad verdadera, para que apareciese y se desarrollase entre nosotros una generación de pigmeos endiosados, bastante ciegos é ignorantes para suponer que la que ellos denominan pomposamente ciencia moderna no arraiga ni puede arraigar en más campos que en los estériles y odiosos de la impiedad, ó que ha de tenerse por persona de cortos alcances y apocado espíritu á todo el que goza la fortuna de creer en las verdades cristianas. ¿Qué mayor castigo de esos fanáticos del error, que

abandonarlos á la infecundidad y amargura de sus exóticas y abominables ideas?

Al salir á luz la primera y más conocida de las tres citadas leyendas, acompañábanla en el mismo volumen, según he indicado antes, las poesías líricas donde mostraba el Duque haber roto más ó menos abiertamente con la tradición y los moldes de la escuela clásica. Algunas, como El sueño del proscripto y Al Faro del puerto de Malta, eran conocidas del público por haberse incluido en el tomo II de El Moro expósito impreso en 1834. Otras habían permanecido inéditas hasta que el autor las coleccionó y publicó en 1851 reunidas bajo el significativo título de El crepúsculo de la tarde. Muchas de estas nacieron en medio del estruendo de la revolución italiana de 1848 y son tal vez las mejores del autor por el pensamiento, la sobriedad, el sentimiento y el estilo. El íntimo consorcio de las lenguas italiana y española y el ejemplo de líricos tan ilustres como Parini, Manzoni, Fóscolo y Leopardi habían necesariamente de influir en las inspiraciones de nuestro poeta despertando en su corazón peregrinas armonías. Harto claro lo dicen la Meditación, dirigida al célebre poeta Campagna; la Fantasía nocturna, abundante en riqueza descriptiva y en profundos pensamientos; La Vejez, de admirable unidad en su pin

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