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cedo, conocido ya i envuelto, como vimos, en la desgraciada conjuracion del año nueve. A su intercesion i sagacidad se debia que el gobierno i pueblo pospusiesen su ira, i no se derramase la sangre de otras víctimas que estaban ya en el matadero, i este solo acto basta para enaltecer su memoria, i tributarle nuestros mas gratos i cordiales homenajes, El señor Cuero hizo cuanto pudo por librarse de este cargo que tanto repugnaba á su ministerio, i fué necesario hablarle á nombre de la concordia, que no podia esperarse sino de él, para que se resolviera á aceptarlo, aun que no mas que ad honorem.

Dijimos que las desconfianzas i discordia se habian introducido entre los gobernantes, i ved aquí de dónde procedian, i cómo se fomentaban i representaban. La antigua sociedad de Quito, la de 1809, se componia, mas ó ménos, como la de las demas colonias, de algunas familias ricas i tituladas, de ciertos jurisconsultos i eclesiásticos de nombradia, i de jente del estado llano, esto es jente de poca industria i de ningun comercio, por lo jeneral, i desvalida. Tal marques tenia por consejero á tal letrado, cual otro á otro cual, i si los letrados i los que no lo eran hacian la corte á los marqueses, estos se la retribuian con sus talegas siempre abiertas, i con las consideraciones i proteccion que les dispensaban. Dueños los marqueses i mayorasgos de todas las fábricas. de tejidos, de la mayor i mejor parte de las haciendas de ganado i de las de trapiche, en tiempos en que, fuera de lo enunciado, andaban el comercio i otros jéneros de industria por el suelo, contaba cada uno de ellos con multitud de protejidos i paniaguados, asi en las poblaciones

como en los campos, i el prestijio de los nobles, naturalísimo por cierto, era popular, inmenso, de esos que ya no pueden subir á mas. Si se eceptúa la influencia de que gozaban el presidente i oidores en materias de gobierno i de justicia, no habia otra mayor, siquiera igual, á la de los marqueses, i quien contaba con el patrocinio de estos contaba tambien con el de sus consejeros, allegados i clientes; de manera que letrados i sacerdotes, agricultores i comerciantes, labriegos i menestrales, todos, todos, tenian que andar por donde se iba 6 movia su noble protector.

La revolucion de 1809, comenzada i consumada con tanta mansedumbre, i luego acaudillada por los mismos nobles que la habian hecho i apadrinado, no pudo alterar en nada aquel estado de la antigua sociedad, i el prestijio i dominacion de los viejos marqueses sobre el pueblo continuaron sin menoscabo ninguno. Para el pueblo, el interes de la patria consistia en el interes de su protector, i locura, que no vano. querer, hubiera sido para entónces 'predicarle que pensase en sí, en sus derechos propios i en los del comun; locura que pensase en los enemigos de la patria, i no en los de su patrono, especie de señor feudal con algunas restricciones. En cuanto á los marqueses, teniéndose cada uno como igual á otro en nobleza, caudal, número de allegados i prestijio, cada uno tambien queria salirse del nivel de los demas, i triunfar i hacer triunfar á los suyos sobre sus competidores. Si como vasallos de un amo comun que los gobernaba desde otro continente se habian contentado hasta cntonces con hombrearse con los presidentes, obispos i ministros de la real audiencia,

ahora, cambiada la condicion de súbditos en señores, pretendia cada uno encumbrarse sobre los demas, i hacerse señor aun de esos mismos señores, poco ántes sus iguales. Por desgracia para ellos mismos, i acaso tambien para la patria, si cada uno pensó en sí i si todos pudieron estar dominados de impulso idéntico, ninguno llevó su ambicion hasta el término de sacrificarse por aplacarla, i limitadas así las pretensiones, ni hubo quien tomase á cuestas todo el peso de la revolucion para salvarse i salvar á nuestros padres, ni quien lograse afirmar el apetecido pues

to.

¿Qué podia esperarse, pues, de tales gobernantes i de pueblo tal que, prescindiendo del enemigo comun, solo pensaban los primeros en oscurecerse mutuamente, i el segundo no mas que en favorecer el interes de su señor? Quien movido de su ambicion quiere hacer cabeza en tiempos de revueltas, tiene que llevarla jugada en todos los trances, i los de esa época, ambicioncillos apocados, ni trataron de esponerla con arrojo, ni prescindir de sus menguados antojos: querian hacerse del poder sin conquistarle con sacrificios.

Parece que entre los caudillos de ese tiempo hubo dos que prevalecieron sobre los demas, pues los partidos llegaron á reducirse al del marques de Selva Alegre, apoyado por su hijo don Cárlos, i al del marques de Villa Orellana, sostenido por el teniente coronel don Francisco Calderon. Demarcadas así las banderias, los miembros de la junta, los jefes i oficiales, los letrados i eclesiásticos, los soldados i el pueblo participaban con mas ó ménos calor de las pasioncillas de los caudillos, i esta

discordancia, era natural, debia perderlos i resultar en daño de la patria. Quito, dominado siempre por facciones, ha tenido que deplorar constantemente los ambiciosos estravios i egoismo de los hombres que se han encargado de rejirle. Entusiasta i fiel en cuantas ocasiones se ha proclamado una buena causa, la ha apadrinado con buena voluntad para luego caer bajo la dominacion de los partidos que, combatiendo ayer por una misma causa, se han hecho casi de seguida una guerra cruda. Así, enflaqueciéndose gradualmente de escision en escision, ó robusteciéndose en apariencia por medio de vergonzosas transacciones, han tenido que rendirse despues al imperio i unidad con que ha obrado el enemigo comun, pronto en aprovecharse de la discordia, sin que la repeticion de tan malos resultados ni la memoria de lo pasado hayan podido hacerlos mas discretos. Los sucesos del tiempo de la presidencia i otros posteriores de que no quisiéramos haber sido testigos, confirman nuestro modo de pensar á tal respecto.

Escojitóse como arbitrio propio para combatir la discordia cambiar la forma de gobierno ó, mas bien dicho, establecerlo, dando al efecto la constitucion á la cual debia arreglarse, i se dictó en consecuencia el decreto de convocatoria para un congreso. A obrarse de buena fe se habrian obtenido acaso buenos resultados; pero la buena fé, en política, es una prenda forastera que apénas se ha conocido por maravilla, i ya veremos cuál fué i qué tiempo duró la que abrigaban los fementidos transijentes.

El sistema de elecciones vino, como ántes, á pecar por el flaco de dar representacion á las clases. El cabildo secular, el eclesiástico, el clero

las Ordenes relijiosas (¡Cosa bien estraña!), la nobleza, los barrios de Quito i los asientos de Ibarra, Otavalo, Latacunga, Ambato, Riobamba, Guaranda i Alausí fueron los llamados á representar en congreso por medio de sus diputados.

La distribucion de estos se arregló como sigue: uno por el cabildo secular, otro por el eclesiástico, otro por el clero, otro por las Ordenes monásticas, dos por la nobleza, cinco por los respectivos barrios de Quito i siete por los correspondientes á igual número de asientos.

El primer dia de 1812 se instaló con grande algazara i abrió sus sesiones ese congreso constituyente que iba á dar la lei fundamental que habia de rejir en la república ¿Quién hubiera dicho entónces qne tal congreso constituyente no seria el único, sino que, aun consolidadas ya las instituciones republicanas, debia repetirse de lustro en lustro, i tal vez dentro de períodos mas cortos, sin que todavia estemos seguros de lo estable de la constitucion que ahora rije en la patria? La verdad es, confesémosla por mucho que nos duela confesarla, que no hemos avanzado un solo paso por el camino de las buenas costumbres públicas, i que, en medio de tanto revolver ó trastornar las ideas, los principios i las doctrinas, todavia no revolvemos nuestra holgazana i aspirante sociedad que, hablándonos de libertad i seguridades, no se acuer da jamas de sus obligaciones. Se nos ha hecho conocer de mas á mas nuestros derechos, i hablamos, si no con orgullo, haciendo mucha gala de ellos, i hasta ahora no conocemos los deberes sociales.

Merced al civismo de algunos buenos patriotas ha podido conservarse i llegar hasta nosotros

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