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chángara que baña la ciudad, bajo las órdenes de Sámano i Valle, i otra, por el arco bajo, las de Atero, reservándose la tercera parte del ejército. Una i otra division fueron arrolladas por los patriotas: la primera por la metralla de los artilleros situados en la placeta de Sansebastian, i la otra por un fuego de fusileria bien sostenido. Desairado Móntes por las dos alas, se desentiende de ambos puntos de ataque, repliega sus líneas hácia el centro i, colocando acertadamente unos cuatro cañones que protejieran por un costado la subida al Panecillo, ordena que su vanguardia trepe derecho por la pendiente. Ortiz, al ver este movimiento, rompe los fuegos de sus cañones; pero como el camino casi perpendicular que tomaron las fuerzas enemigas se perdia bajo las propias baterias del capitan republicano, resultó que sin haber ellas padecido el menor daño, coronaron la altura del modo mas feliz. El Dr. Ortiz, asombrado de ver casi en sus aposentos tan grueso número de tropas, desciende precipitadamente por la falda opuesta que mira á la ciudad, i las mujeres, muchachos i mas jente rodaron, que no corrieron, desesperados, como sintiendo a sus espaldas los fuegos de los primeros realistas gue ocuparon la cima. El capitan Jáuregui, que comandaba las tropas de Lima, fué el primero que enarboló el estandarte real sobre la fortaleza del Panecillo.

Las fuerzas patriotas, incapaces por razon de la distancia de acudir en auxilio del punto amenazado, quedaron por consiguiente fuera de combate, como si no hubieran existido, i quedó burlado asimismo todo aquel aparato de defensa, preparado en las plazas, calles i casas por donde, á juicio de los gobernantes, debian entrar los enemigos. No les ha

bia ocurrido ni como imajinable, la idea de que fuera tomado el fortin del Panecillo; i en verdad que si Móntes emprendió tan osada ascencion fué porque tuvo oportunos i circunstanciados avisos de la manera como estaba defendido.

Los combates no pasaron de tres horas de duracion, ni los muertos de cuarenta i seis, fuera sí de muchos heridos, de parte de los patriotas, i por la del jeneral Móntes de quince muertos i setenta i un heridos, con inclusion de seis oficiales. (*)

V.

Perdida la fortaleza del Panecillo, i replegado Montúfar con su ejército á la plaza mayor de la ciudad, situó una compañia de artilleros en la pla ceta de la Merced i mandó cañonear aquel fortin. Algo debió inquietar este fuego al enemigo cuando, teniendo ántes clavada la vista en la ciudad, se ocultó situándose al lado meridional sin volver. á presentarse.

Sin embargo de la pérdida de aquel fortin, i sin embargo de las armas i pertrechos perdidos tambien allí, el estado de los patriotas no era mui aflictivo, ni el de Móntes mui ventajoso: podia decirse que la guerra estaba en su ser, i que mas bien era de tenerse como seguro el rendimiento de los realistas. Nuestra caballeria se hallaba bien montada i habia quedado intacta; el entusiasmo de lo restante de las tropas i del pueblo se mantenia vivo i animoso. El jeneral Móntes, con parte del ejército en Panecillo, sin

(*) Oficio del jeneral Móntes de 11 de noviembre de 1812 al virei del Perú.

víveres ni agua, porque no podia tener quien los llevase, i con la otra parte á una legua de distancia, ocupada en cuidar el parque en el Calzado; era un enemigo á quien pudo vencerse fácilmente en este punto donde no habia un capitan de crédito, i mantenerle asediado en su propio campo de victoria. Lo que se necesitaba era algun arrojo, i ménos que arrojo, serenidad para contemplar con acierto la posicion del enemigo, porque la toma del Panecillo, en sus circunstancias, valia tanto como no haberlo conquistado, cuando no podia apoderarse de la ciudad defendida por una gran poblacion, por tropas que apenas habian combatido i por barricadas que se habian levantado para que pelearan resguardadas. Si Móntes, determinándose á emprender una guerra de bárbaros hubiera bombardeado la ciudad, sus pertrechos se habrian consumido en una hora sin causar por esto daños de importancia; porque en Panecillo no tenia otros que los abandonados por Ortiz.

Pero la guerra de nuestros padres, hai que repetir sin término, era una guerra de ensayo, guerra sin pericia, sin caudillos, oficiales ni armas; guerra en que contaban mas bien con las fuerzas espirituales del cielo por medio de procesiones i rosarios, que con las cabezas i brazos de la tierra, como si se tratase de una guerra santa contra idólatras ó turcomanos, como si se tratase de la que emprendieron Cortes i Pizarro por difundir la luz del evanjelio contra los infieles de América; guerra que dió lugar á que nuestros propios padres, i con mayor teson i jocosidad sus hijos, calificaran los sucesos de ese tiempo como ocurrencias de la patria boba. Has

ta ahora mismo exitamos el enojo de cuantos han quedado, cuando comparamos las acciones insustanciales con las del tiempo de la patrio boba.

Hubo algunos de buen sentido que peroraron i se empeñaron fervorosamente por la defensa de la plaza, i aun parece que esta fué la resolucion que conservaron todos hasta la noche del dia 7. Poco despues, se ruje de súbito la voz de haberse dado la órden de retirada para el norte, espedida de comun acuerdo i conformidad entre los miembros de la diputacion de guerra i el capitan del ejército, motivada en la falta de los pertrechos perdidos en Panecillo; i desde entónces quedan por tierra los propósitos i entusiasmo por la resistencia. Todos, todos, se ponen en. movimiento i ajitacion; clamorean tristes letanias por los templos i las calles, i como los intercesores de tan lamentables plegarias se mantienen sordos á los jemidos del pueblo, ya solo piensan en la emigracion i ocultacion 6 acarreo de sus intereses. Todos tiemblan por las venganzas del vencedor, sin que de esa exasperacion tan jeneral queden libres los relijiosos de todas las Ordenes, con escepcion de los de Santo Domingo, ni aun las vírjenes de los dos Cármenes i Santa Clara (*) que tambien fugaron hasta Ibarra. La poblacion de la ciudad, casi en su totalidad, se arrastraba por los caminos, embarazada por causa de su propia muchedumbre i el sinnúmero de cargamentos. El pueblo, el

Correspondencia de Móntes con el consejo de la rejencin, concorde con la narracion de los cronistas i contemporáneos.

clero i los conventos tuvieron en la memoria los términos de la intimacion hecha por Móntes, i creyeron ciegamente en las venganzas del vencedor.

Si todo ejército, por disciplinado i veterano que sea, llega siempre á desordenarse con las derrotas, el nuestro, por mas que los capitanes solo dieran á su movimiento el nombre de retirada, llevó á su colmo la desmoralizacion. Los mas de los soldados arrojaron las armas 6 se escabulleron con ellas por los campos; otros se retiraron á sus casas, i fueron poquísimos los que entraron en Otavalo é Ibarra en formacion. El entusiasmo de algunos hizo que fueran presentándose despues por pelotones; i merced á esta virtud, ingrata siempre para los pueblos, porque jamas es recompensada, se debió la formacion de un cuerpo como de seis cientos hombres. El coronel Calderon tenia organizados desde ántes en esta provincia otros seis cientos; i así, incorporados todos con una caballeria improvisada espontáneamente por los pueblos del norte, hubo todavia fuerzas suficientes para defenderse del enemigo.

VI.

1812. Por Pasto, entre tanto, no eran menores los descalabros. Despues del rendimiento de Caicedo, pero ántes de saberlo, destacó el gobierno de Popayan una coluna de tropas comandada por don José Maria Cabal i el norteamericano Macaulay, quienes tocaron en las inmediaciones de Pasto sin oposicion. Al llegar aquí supieron el rendimiento de Caicedo, i en

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