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carón, ¿quiénsabe si, entregándome sus versos, usaba conmigo un refinamiento de delicadeza (propia suya) como para cicatrizar las llaguitas que injustamente supondría abiertas con el cáustico saludable de su crítica en el amor propio del cantor de Junín?

>> Madrid está imprimiendo sus poesías; (aquí entre nosotros) lo siento. Sus versos tienen mérito, pero les falta mucha lima. Corren como las aguas de un canal; no como las de un arroyo susurrando, dando vueltas, durmiéndose, precipitándose y siempre salpicando las flores de la ribera. Le daña su extrema facilidad en componer. En una noche, de una sentada, traduce una Meseniana de Lavigne ó hace todo entero... el quinto acto de una tragedia.

>>Ni me manda V., ni me habla del segundo número del Repertorio. Deseo mucho verlo. Diga V. al Sr. Bossange que Latorre satisfará las cuentas de mi abono.

»No crea V., mi querido, que yo no adivinase la causa de su silencio; y V. ha debido conocerlo por alguna involuntaria expresión de una de mis cartas. Pero quizás no está lejos la serenidad.

»Mis finas memorias á mi amable comadre, cien cariños á los Bellitos, mil á mi ahijado, de quien nada me dice V., debiendo presumir

que en ello daría V. mucho gusto á su tierno constante amigo-OLMEDO (1). »

El candoroso espíritu de Olmedo y su ingénita bondad se revelan en esta carta singularmente. Severo en demasía consigo mismo, cuéntase entre los poetas de poco genio: como si no se necesitase mucho, y muy afinado y bien pulido, para componer poesías semejantes al Canto á Bolívar y á la oda Al General Flores.

Discordes andan los pareceres al apreciar el carácter privativo del genio poético en los varios frutos de la inspiración, y sobre todo en la lírica. Reservándome apuntar algunas consideraciones relativas á este punto cuando examine las dos composiciones citadas, quiero desde luego dejar aquí sentado que al interpretar lo que en poesía debe entenderse por genio se suelen hoy propalar con gran desahogo, no sólo erróneas doctrinas, sino grandísimos disparates revestidos de gravedad filosófica. Una de las más ridículas manías de nuestro tiempo es el prurito de filosofar sin ton ni son á propósito de cualquiera fruslería, ya con el fin de deslumbrar á la multitud indocta, ya para cubrir con aparente oropel científi

(1) AMUNÁTEGUI: Vida de D. Andrés Bello, págs. 263, 264 y 265.

co la vaciedad é ignorancia del filosofante. Debilidades de nuestra mísera naturaleza. Y no hay que tomar por moneda corriente lo que la modestia ó la buena educación pone á veces en boca de ciertos hombres superiores para explicar y cohonestar, atribuyéndose injustamente faltas ó culpas, la libertad ó la índole de ciertas ideas y juicios propios. De otra suerte habría que convenir con Lope de Vega en que hablaba en necio para dar gusto á los que pagaban el de oir necedades, lo cual no era verdad, ni siéndolo habría dejado bien puestas la dignidad de carácter y la conciencia literaria del fénix de los ingenios que lo decía sólo como desenfado irónico del buen humor. Si Olmedo no hubiera podido sostener con sus composiciones la reputación que pensaba adquirir por medio de ellas, á las que debe toda su gloria, difícilmente la habría conseguido echándosela de maestro. El interés que ahora despiertan sus cartas, y cuanto tiene relación con él, nace única y exclusivamente del que nos inspira el cantor de La Victoria de Junín.

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NUEVOS DATOS QUE SUMINISTRAN LAS CARTAS DE OLMEDO Á BELLO.

o porque sea corto el número de poesías que Olmedo ha legado á la pos

teridad, procedería con acierto quien dudase de que la vocación poética fué en él la más avasalladora y prepotente. Obligado desde muy joven á mirar por sí y á buscar medios de labrarse una posición decorosa en tiempos nada á propósito para entregarse con sosiego al cultivo de las letras, habríale sido imposible desentenderse de lo que pasaba á su alrededor y no dejarse arrastrar por el torbellino de los sucesos en que se fijaba entonces la consideración y se empleaba principalmente la actividad de los pueblos hispano-americanos, empeñados en ásperas lides para conseguir llevar á térmi

no la obra de su independencia. Mas á pesar de lo duro de las circunstancias y de lo mucho que preocuparon á Olmedo las atenciones inherentes á su intervención en la política y á los deberes propios de los cargos que desempeñó, nunca dejó de alimentar en su alma el cariño de las musas, ni de consagrar al amor de las letras todas las horas de vagar que le permitían los negocios confiados á su inteligencia y patriotismo.

Fortuna grande fué para un hombre de las aficiones literarias de Olmedo tropezar en Inglaterra y en Francia con dos personas como Bello y Fernández Madrid, que, además de ser literatos y poetas, abrigaban un corazón noble, honrado, afectuoso, lleno de la savia en que se nutre la verdadera amistad y que aviva y acrecienta el fuego de todo generoso entusiasmo. Este punto luminoso en medio de las oscuras luchas que el vate de Guayaquil hubo de sostener en el puesto diplomático donde estaba llamado á mirar por intereses de gran cuenta, pero en cierto modo extraños á su natural inclinación, merece que nos fijemos en él, porque deja ver muy á las claras lo que era el alma del poeta, ya que la publicación de sus hasta hoy desconocidas cartas confidenciales nos permite sorprenderla en el secreto de amistosas expansiones. Dirigiéndose á Be

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