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hemente, los acontecimientos que pasaban á su vista y en que su posición y circunstancias le obligaban á tomar parte, no eran nada lisonjeros. En lucha consigo mismo por la gran facilidad con que su genio é índole se prestaban á recibir impresiones distintas y aun opuestas, exagerándolas ó extremándolas en virtud de su apasionado carácter y de la natural vivacidad de su ardorosa imaginación, debía de sentir no pocas veces el sordo malestar é indefinible inquietud que experimentamos cuando la lógica implacable de los sucesos viene á poner en pugna la realidad con nuestros deseos ó aspiraciones, y á establecer desequilibrio, si no antagonismo declarado, entre lo que nos dicta la razón y lo que apetece la voluntad ó imagina la fantasía.

Esta situación de espíritu, enojosa para cualquiera menos dócil que Olmedo á toda clase de emociones, había de serlo mucho más para el alma apasionada y sensible que, por serlo tanto, se abultaba y agigantaba de igual modo males que bienes en los varios trances de la vida. Sorprendido y deslumbrado por la novedad del movimiento de insurrección dirigido á emancipar nuestras antiguas colonias; arrastrado por las galanas promesas con que las revoluciones nacientes procuran embobar y atraer á los incautos para que les ayuden á

realizar sus propósitos, Olmedo, que como hemos visto soñaba desde un principio con escenas de paz, de prosperidad y bienandanza semejantes á las que describe en una de sus cartas al Libertador, experimentaba ahora el disgusto de contemplar cada vez más encrespado y revuelto el mar de las pasiones políticas, y menos claro y propincuo el día de la regeneración, del bienestar y engrandecimiento de su patria. La libertad, cuyo mágico nombre había despertado en él, como en otros muchos, tantas esperanzas é ilusiones, no brindaba á los pueblos americanos con los saludables frutos que desde luego se prometieron de ella soñadores patriotas. Lejos de eso, á medida que iban consiguiendo aquéllos emanciparse de la Metrópoli y regirse con arreglo á su exclusiva voluntad, multiplicábanse las convulsiones y los trastornos, propagábase la anarquía, brotaban como por ensalmo en todos ó en la mayor parte de ellos ambiciosos vulgares sin escrúpulos de conciencia, que, en vez de contribuir eficazmente á cimentar con solidez la nueva organización de las naciones recién creadas, eran rémora ú obstáculo insuperable al afianzamiento de una libertad fructuosa y al desarrollo de un progreso fecundo y bien ordenado.

Semejante desilusión, desengaño tan dolo

roso no podía menos de afectar á los hombres sinceros que abrazaron con entusiasmo la causa emancipadora. Hasta qué punto influía realidad tan lamentable aun en las personas de carácter más varonil y de más subido temple, ya lo hemos visto en los párrafos antes copiados de las cartas de Bolívar á su amigo Fernández Madrid. ¿Cómo esa desilusión y ese desengaño no habían de llevar al candoroso espíritu de Olmedo, en quien la más ligera impresión solía dejar huella profunda, la vacilación é incertidumbre que nos fuerzan á desconfiar del juicio propio, sometiéndonos al tormento de dudar de todo y de tener hoy por malo aquello mismo que ayer nos admiraba y cautivaba por estimarlo inmejorable? Pero dejemos esto, que el poeta mismo evidenciará más adelante, y volvamos á las dos cartas á que me refiero.

Olmedo estampa al final de la segunda que si tuviese hijos en estado de ir á un colegio, aprovecharía la oportunidad para enviarlos á la pensión de Zegers en Valparaíso; y añade: «Pero el único varón va á cumplir dos años, y no es posible separarnos de la Virginia. » Si al arribar Olmedo á las playas de Chile, á mediados de 1828, recibe la noticia del fallecimiento de su esposa, ¿cómo en diciembre de 1833 habla, como de cosa natural y corriente,

de un hijo varón que aún no ha cumplido dos años? Quede á más afortunado biógrafo la resolución de este problema, que no he podido aclarar por falta de suficientes noticias.

Sobre dos años después de escritas las cartas á que me refiero dió nuevas señales de vida la musa de Olmedo, que por largo tiempo había permanecido inactiva á pesar de las reiteradas excitaciones de Bello, de las del erudito é ingenioso gaditano D. José Joaquín de Mora (que representó papel de alguna importancia en el desarrollo intelectual y en las controversias políticas de varias de aquellas repúblicas), y de la galana Oda que en 1829 le había compuesto y dirigido desde el Perú D. Felipe Pardo y Aliaga (1), en la cual se dolía del abandono y descuido de nuestro poeta, expresándose de este modo:

"El fuego inspirador del sacro Apolo, Que arrebata la mente á las divinas

Mansiones del Olimpo, arde en tu alma.

(1) Nació en Lima el 11 de junio de 1806. Hijo del magistrado español D. Manuel Pardo, Regente de la Audiencia del Cuzco, y de Doña Mariana Aliaga, segunda hija de los Marqueses de Fuente Hermosa, vino á España y recibió educación en Madrid bajo la dirección del insigne maestro D. Alberto Lista. En las aulas del colegio de San Mateo fué compañero de hombres que posteriormente han sobresalido en la república literaria, como Ventura de la Vega, Espronceda, el Marqués de Molins, el Conde de Cheste, y otros no menos ilustres.

Tú conseguiste solo

Entre los vates del Perú la palma;

Ya la suerte llorando

De aquel precioso niño

Que abrió sus ojos á la luz del día,

Aún atada la patria

Al yugo de la negra tiranía,

Ya celebrando en inflamado tono

El venturoso instante

En que, vencido el pabellón del trono,
La patria enseña flameó triunfante.

Pero jay! que sumergido

En ocio y en silencio,

No los labios desplegas,

Ni de tu acorde lira

El eco resonante al aire entregas,
Indócil tu albedrío

Al elevado numen que te inspira. >>

Y después de apuntar hipotéticamente algunas de las causas ó razones que podía haber para que el poeta guardase pertinaz silencio (1), concluía diciéndole:

(1) Entre las que Pardo indica en su Oda, merece particular atención la expresada en los siguientes versos:

"¿Tal vez ausente de tu cara esposa,

Y del único fruto

Que el cielo á tus amores reservara,
Ligada noche y día

A tan tiernos objetos

Huye al poder del Dios tu fantasía?»

Si esta Oda se escribió en 1829, fecha que lleva al pié en la edición de las Poesías y escritos en prosa de D. Felipe Pardo (París,

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