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1734.

de Herrera, rector del colegio de Guadalajara. En esta congregacion se volvió á tratar con calor el asunto de la division de la provincia. El padre general Miguel Angel Tamburini habia ya requerido en esta materia el dictámen de los padres consultores de provincia, que conviniendo todos en la substancia discordaban en el modo. Mandó su reverencia que cada uno de dichos padres en carta separada le informasen á la manera que juzgaban mas oportuna para la dicha division. De esta diligencia, como ni de la que se hizo en esta congregacion, y se han repetido despues, ha resultado hasta ahora efecto alguno, Comenzó el año de 1734 pacífico y tranquilo en todo el resto de la provincia, solo en México y California con bastante inquietud y turbacion de muy distinta naturaleza, que creciendo por instantes, prorrumpió en estruendo á los fines del año. En México, los Sres. jueces hacedores en el litigio de diezmos llegaron á fulminar censuras y fijar por excomulgados á algunos administradores de las haciendas de la Compañía, aunque recurriendo esta por el recurso de fuerza y proteccion al real acuerdo de oidores, se alzaron prontamente. Las hablillas de algunos indiscretos indignaron no poco el ánimo del Illmo. Sr. D. Juan Antonio Bizarron contra el padre provincial José Barba, de quien llegó á quejarse amorosamente al padre general; pero satisfecho en breve con la rendida sumision del mismo padre Barba y de toda la provincia su generoso ánimo, y desvanecidas las calumnias de los impostores y émulos, volvió á los jesuitas aquel mismo grado de estimacion que siempre le habia merecido. *

En la California era muy glorioso á nuestra religion el motivo de las turbaciones. Habia á la mitad del año de 1733 el padre Sigismundo Taraval, por orden del padre Clemente Guillen, fundado en la Ensenada de las Palmas, de la nacion Cora, la mision de Santa Rosa entre las de Santiago y S. José, que algunos años antes habian fundado los padres Ignacio Napoli y Nicolás Tamaral. En lugar del padre Napoli habia entrado en la mision de Santiago el padre Lorenzo CarEran los coras y pericues, y generalmente las rancherías del Sur de California, mas ladinos y capaces; pero tambien mas viciosos é inquietos que las demas naciones de la península. Habia entre ellos.

ranco.

Es muy sensible para la historia que el padre Alegre no nos diese idea de este litigio, como lo hizo con el del Illmo. Palafox. Aquí se encontraron guardas con metedores. Los jesuitas tenian muchos respetos, y no los tenia ménos en la corte el arzobispo virey.

algunos mulatos y mestizos, raza que habian dejado en el pais, los buzos de perlas y algunos otros barcos, ya españoles, ya estrangerós que solian llegar á aquellas playas. De estos habia dos singularmente revoltosos é indomables á toda la dulzura y celo de los padres Carranco y Tamaral. El primero era el gobernador del pueblo de Santiago, cargo que el padre Carranco le habia solicitado, y de que fué forzoso deponerlo, sin que ni aquella tal cual honra, ni la afrenta y el castigo hiciesen mas que empeorar su condicion altiva y licenciosa. Causó bastante turbacion, y aun intento deshacerse del misionero; pero no pudiendo conseguirlo, solo trató de retirarse á algunas rancherías, todavía gentiles, de S. José. Encontró allí un socorro poderoso en otro de su color y de su génio á quien llamaban Chicori, nuevamente irritado con el padre Tamaral por haberlo procurado apartar de ura india que poco antes habia hurtado del pueblo. Entre los dos determinaron sacudir un yugo tan pesado como les parecia la nueva religion, y deshacerse de los padres que miraban como fiscales de sus acciones. Junta una cuadrilla de mal contentos determinaron acometer primero al padre Tamaral á su vuelta de Santiago, donde poco ántes habia ido; pero noticioso el padre de su mal intento, no volvió sino bien escoltado de sus fièles indios, quedando burlados los designios de Chicori y su tropa. Ellos, para asegurar mejor el tiro, lo dilataron á mejor ocasion, y entre tanto se dieron de paz al misionero, pidiéndole doblemente perdón de sus delitos pasados, y prometiendo vivir suje. tos entre los demás catecúmenos. Pasaban estas cosas à principios del año, y un nuevo accidente que embargo por muchos dias la atencion de los misioneros y de los indios, hizo olvidar cuasi del todo las turbaciones pasadas. Vino al padre Tamaral la noticia de que habia pasado por él cabo de S. Lúcas, y que proseguia rayendo la costa un navío. Envio prontamente indios que lo siguieran por la playa, y ha biendo entrado á hacer aguada en la bahía de S. Bernabé, supieron ser el Galeon de Filipinas á cargo del capitan D. Gerónimo Montero. El padre Tamaral pasó personalmente con cuanto socorro pudo recoger de su mision y las vecinas, en frutas, carne fresca &c., único remedio at verben (6 sea mal de loanda) de que venia, como suele, inficionada mucha gente. El capitan dió muchas gracias al caritativo padre, y valiéndose de su favor dejó en tierra tres enfermos muy agravados, y prosiguió su viage à 'Nueva-España. De los tres que quedaron en tierra, asistidos cuanto permitia la pobreza de la tierra, sanaron

dos, que fueron el padre Fr. Domingo Orbigoso (ú Orbegoso), del ór den de S. Agustin, y D. Francisco de Baytos, capitan de guerra de la nao. D. Antonio de Herrera, que era el otro, á pesar de todo el cuidado con que se le procuró asistir, murió de un nuevo accidente que le sobrevino á pocos dias, y fué enterrado con la mayor solemnidad que permitia aquel desierto, en la iglesia de la mision. A los dos convalecidos procuró el mismo padre barco en que pasasen á la Paz, y de allí á Matanchel, dejándolos no menos admirados de su caridad que de su apostólico desinterés, principalmente en no haber querido admitir para sí, para su mision ó sus indios lo mas mínimo de los bienes del difunto, que hizo se entregasen luego por un muy prolijo inventario que habia formado delante de los demas desembarcados. El reverendo Orbigoso quedó tan edificado de toda la conducta del misionero, que quiso formar y formó un muy honorífico testimonio de todo, firmándolo de su mano para memoria de su agradecimiento, en 24 de febrero de 1734.

Con tan virtuosas obras se preparaba el padre Tamaral para el glorioso fin que le destinaba el cielo. Poco tiempo despues de esta novedad que entretuvo algunos dias la grosera curiosidad de los indios, volvieron los dos perversos gefes de las turbaciones pasadas á conmoverse é inquietarse para otras mas ruidosas. Comenzaron por unas rancherías situadas entre las dos misiones de Santa Rosa y S. José, en que los mas eran gentiles aun. Al nombre de libertad y exencion de toda autoridad con que los persuadian, se fueron agregando insensiblemente al partido muchos nuevos cristianos que entre tanto no de. jaban de vivir en la mision, y asistir á la doctrina para no causar la mas leve sospecha á los padres. Hallábanse estos repartidos en las cuatro misiones del Sur, sin mas escolta que tres soldados en Santa Rosa por ser la mas nueva, dos mestizos con nombre de soldados en Santiago, uno en la Paz y ninguno en S. José. Aun de estos pocos procuraron deshacerse con doblez y alevosía los cobardes indios antes de acometer á los misioneros. Hallando solo en el monte á uno de los que acompañaban en Santa Rosa al padre Taraval le dieron muer. te, y pocos dias despues al único que habia quedado en la Paz. No faltaron á todos los padres vehementes sospechas y aun espresas noticias de lo que tramaban los bárbaros. El padre Clemente Guillen habia avisado como visitador á todos que se retirasen á los Dolores 6 á Loreto, y aun despachado una canoa con 17 indios que no llegaron 6

"

Matan los al

llegaron tarde. Al padre Tamaral dió aviso un soldado de Loreto que vino por aquellos dias á sangrarlo, y aun el mismo padre Carranco le envió algunos indios que de su parte le llamasen á Santiago y le escoltasen en el camino. A estos mensajeros, ya de vuelta, salieron al encuentro los mal contentos preguntándoles donde y á qué habian ido. Respondieron que á Santiago á traer al padre Tamaral, porque ya sa. ben los padres que los quereis matar. Habian ellos siempre pensado comenzar por la mision de S. José por ser la mas remota, y menos defendida; pero con esta noticia mudaron de dictámen, y resolvieron acometer primeramente al padre Carranco, porque ó no se les escapase o tomase otras providencias que les impidiesen despues la ejecucion. No les fué dificil hacerlo así, por hallarse el padre solo á la hora sin la corta defensa aun de aquellos dos mestizos, que habian salido al monte. Hallábase el padre Lorenzo Carranco hincado de rodillas en su pequeña choza, dando gracias despues de haber dicho misa. Los mensageros que venian de S. José, ó engañados por los amotinados, ya unidos con ellos, entraron á la pieza, y el padre se levantó pensando viniese con ellos el padre Tamaral: no viéndolo les preguntó si traian carta: entregáronle un billete, y estándolo leyéndolo entraron en tropel los sediciosos, y arrebatándolo en brazos lo sacaron con algazara facciosos al campo; dos le tienen de la ropa mientras que los demás, cercándolo padre Lorenpor todas partes, le atraviesan con innumerables flechas, pronunciando él incesantemente los nombres dulcísimos de Jesus y de María: al ruido y alboroto concurre todo el resto del pueblo. Algunos á la primera vista fueron tocados de la compasion no estando aun pervertidos; pero bien presto, ó por no declararse del partido opuesto, ó porque hallándose sin testigos no tenian que temer, se revistieron como fieras vueltas al bosque de toda su barbaridad. Con piedras y con palos acaban de dar la muerte al sacerdote de Dios: desnudan al venerable cadáver, y vengando en él las reprensiones que el padre les habia hecho de su sensualidad y torpeza, le mofan, escarnecen y profanan con execrables é impuras abominaciones, y despues lo arrojan al fuego. Entre tanto corren otros al despojo de la casa é iglesia, quemando y destrozando los vasos sagrados, cruces, imágenes, misales y cuanto no podia servirles de alimento y vestido. En la casa hallaron llorando á un indiezuelo que acompañaba al padre, y para mas delito lo acabaron á golpes y arrojaron á las llamas. La misma fortuna siguieron poco despues los dos soldados que acaso en esta sazon volvian ignorantes del campo.

zo Carranco.

Los sedicio.

ral.

Concluida esta horrible escena en Santiago, viernes 1. de octubre de 1734, pasaron los sediciosos á S. José, donde entraron domingo 3 del mismo, consagrado á la solemuidad del Rosario y de especial devocion para el padre Tamaral, que acabada poco ántes la misa se habia retirado á su cuarto. El número de los conjurados se habia ya aumentado considerablemente, y entrando todos cuantos eupieron en la pieza de tropel, comenzaron á pedirle diferentes cosas de las que solia repartirles... Dame maiz, decia uno, dame sayal, dame un cuchiIlo, dame una frazada........ El padre, aunque en el aire y tono con sos matan al que le hablaban y en verlos armados, conoció bien sus malos designios, padre Tama. sin embargo respondió con mansedumbre.... Esperad, hijos, que como lo haya en casa, os contentaré á todos.... A esta voz, como si fuea la señal de embestir, derriban al padre en el suelo, lo arrastran por los pies fuera de la casa, le tiran muchas flechas, y pareciéndoles tardo aquel género de muerte, lo degüellan, desnudan, y con las mismas inmundicias y vergonzosas obscenidades con que habian escarnecido el cuerpo de su bendito compañero, lo arrojan á la hoguera. La de. mora de los amotinados en acometer á S. José y celebrar su victoria, salvó la vida al padre Taraval que entre tanto, por un indio suyo, que se halló en Santiago, tuvo noticia, de la muerte del padre Carranco. El padre Sigismundo, aunque envidioso de la suerte de sus dos compañeros, se vió obligado á poner en salvo con sus dos soldados, y así recogidos con cuanta prisa fué posible los ornamentos, vasos y al hajas sagradas, se embarcó la noche del 4 de octubre y pasó á la Paz. No tardaron mucho en caer sobre Santa Rosa, los rebeldes, y hallándose sin la presa que deseaban, quebrantaron su cólera en veintisie. te indios de aquel partido, sin mas crímen que el de cristianos y cate. cúmenos, en que mostraron bien el motivo que les habia inflamado para tan escandalosos atentados, que no era otro que el ódio concebido contra los predicadores de la verdad y fé cristiana, y contra todos los que sencillamente la profesaban. El padre visitador Clemente Guillen con estas noticias dió luego cuenta al Exmo, Sr. arzobispo virey, y al padre provincial José Barba; pero estando en la actualidad S. E. I. mal impresionado contra el padre provincial de la Compañía, ni las muertes de los soldados, ni el peligro de los demás misioneros y misio. nes, ni del real presidio, ni de un reino entero en que los jesuitas ha bian ya descubierto y conquistado á Dios y al rey mas de doscientas leguas de tierra, fueron motivo suficiente para que se tomase pron

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