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ciembre por medio de una proclama, su resolución de restablecer el órden. «¡ Desgraciados de los que desoigan mis palabras y falten á su deber! » decía en aquella proclama : por consiguiente debía esperarse que al llegar á Puerto-Cabello, el 31 de Diciembre, iniciara la campaña contra las fuerzas insurrectas al mando de Paez la situación no admitía ambigüedades. Era preciso someter á Paez ; castigarlo como lo merecía, ó perdonarlo, después de vencido; pero á nadie podía ocurrirsele que antes de la victoria Bolívar ofreciera el perdón. Esto fué lo que desgraciadamente hizo.

El 1°. de Enero de 1827 proclamó un decreto de amnistia general en favor de todos los revolucionarios; dispuso que su autoridad, como Presidente de Colombia fuera reconocida, y que Paez continuara ejerciendo la autoridad civil y militar, bajo el nombre de Jefe superior de Venezuela.

El general Paez, al recibir en Valencia dicho decreto que daba á su alzamiento una aprobación terminante, lo aceptó con júbilo,

y en el acto reconoció la autoridad del Presidente, anuló sus anteriores decretos sobre elecciones, y mandó que se hiciera á Bolívar una recepción triunfal en el tránsito y en la Capital misma.

Colombia quedó sepultada moralmente aquel día entre las confusas sombras del crímen impune y de una autoridad que acababa de perder para siempre todo su prestigio.

Paez pidió á Bolívar que abriera un proceso sobre su conducta. Bolívar rechazó esta solicitud en términos tan humildes, que es mejor no copiarlos aquí: baste decir que en su respuesta manifiesta que Paez, léjos de ser culpable, era el Salvador de la Pátria.

Reconciliados los dos enemigos, salió Bolívar hácia Valencia el 4 de Enero, y en el sitio de la Cumbre, en la sabaneta de Naguanagua encontró á Paez con su séquito. Este se apeó al verle, y lo mismo hizo Bolívar, quién abriendo los brazos recibió en ellos á Paez.

De allí siguieron juntos hasta Valencia, donde Bolívar tuvo que hacer á la pátria el sacrificio del amor propio, tolerando algunas

palabras que se escapaban á los vencedores en la embriaguez del triunfo y de los banquetes con que lo celebraban. Juntos siguieron á Carácas, donde se les hizo un recibimiento más espléndido todavía.

El entusiasmo fué tan frenético, que Bolívar recorrio las calles de la ciudad bajo palio, y seguido de la población en masa. Pronto diremos cuánto tiempo duró el entusiasmo.

¡Cuán cierto es que los prejuicios son perturbadores del sentido moral!... Si Bolívar no hubiera traido del Perú la idea fija de implantar en Colombia la Constitución boliviana que él llamaba su delirio legislativo; y, en cambio, hubiera respetado y hecho respetar la Constitución vigente, ni Paez se habría sublevado, ni perdido él su prestigio juntamente con el de Colombia.

El deseo de anticipar el tiempo de las reformas para establecer aquella Constitución en Colombia, fué uno de los motivos, si nó el principal, de Bolívar para transigir con Paez Ꭹ colmarlo de honores. No sólo le regaló la rica espada que recibiera en el Perú, como

símbolo de gratitud, y le coronó con las guirnaldas que la Juventud caraqueña le ofreciera el día de su entrada triunfal, sino que todos los cómplices de Paez, ó por lo menos los principales, fueron premiados con ascensos y empleos, quedando así los amigos leales del régimen legal y del propio Bolívar castigados por su lealtad.

Y esto sucedía á tiempo en que Carácas acababa de ser, pocos días antes de su llegada, saqueada y ultrajada vilmente por un hombre llamado Farfan, que delegado de Carabaño, agente directo de Paez, con el pretexto de una requisa de caballos que debía hacerse en la ciudad, destacó partidas de bandoleros para allanar las casas, y durante dos días vióse Caracas entregada al pillaje más infame, que los propios soldados de Boves no llegaron nunca á cometer.

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Acaso no deba culparse á Bolívar de la debilidad con que en tal ocasión procedia, porque no sólo quiso evitar los horrores de la guerra civil, mas tambien las circunstancias especiales de los países libertados eran verda

deramente críticas. Hasta se había discutido entre los hombres más prominentes de la revolución el pensamiento de cambiar las instıtuciones republicanas en monárquicas, y ofrecer la corona á Bolívar, con el fin de procurar así la estabilidad y sosiego que tanto necesitaban las nuevas naciones.

Justo es confesar que él rechazó siempre las ofertas que sus amigos y admiradores le hicieran en aquel sentido. Cuanto se haya dicho en contra de esto, ha sido obra de la ignorancia ó de la perversidad. Bolívar, que ejercía la dictadura, pero rechazando el título de dictador, no podía prestarse á ser Rey de su pátria.

Además, los países gobernados por Bolívar no estaban preparados para recibir ninguna forma de gobierno constitucional, ni la forma republicana siquiera. Las necesidades de la guerra habían impuesto la dictadura. La misma Constitución de Cúcuta la había consagrado en su artículo 128, dando al Presidente facultades extraordinarias de las cuales podía servirse con más facilidad que los monarcas constitu

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