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protejieron en los momentos mas difíciles, sabrán preservarla del furor del ejército español. Sí, habitantes de la capital: mis tropas no os abandonarán: ellas y yo vamos á triunfar de ese ejército, que viene sediento de vuestra sangre y propiedades, ó á perecer con honor; mas nunca seremos testigos de vuestra desgracia. En cambio de tan noble consagracion, y para que ella tenga el favorable suceso de que es dig na, todo lo que exijo de vosotros, es union, tranquili dad Ꭹ eficaz cooperacion: tan solo esto necesito para asegurar al Perú su felicidad y su esplendor.--San Martin.

El bello sexo, no contento con exhortar en secreto y perorar en grupos, se presentó con cuchillos y tigeras á falta de otras armas. Los mulatos organizaron un batallon para defender las murallas. Los eclesiásticos salieron á la calle, llevando crucifijos en una mano, y en la otra puñales. La exaltacion, que habia llegado á un grado indescriptible, subió al extremo al anunciarse, que el enemigo bajaba por la orilla izquierda del rio. El pueblo se precipitó á los cuarteles y acudió en tumulto al palacio, donde se decia, que La Serna habia dejado un depósito de armas. Derribada la puerta del presunto almacen, solo se encontraron algunas docenas de guadañas inservibles. La plaza mayor se hinchió de gente inflamada de ardor guerrero, formandose en linea de batalla los mulatos hacia el cabildo armados de cuchillos, y los clerigos y frailes al pié de las gradas de la catedral, con espada en mano. Las señoras excitaban desde los balcones el mayor entusiasmo. Luego se reconoció, que era una falsa alarma, causada por los moradores del valle de Lurigancho, que venian á tomar parte en la defensa; pero no por eso se amortiguó el ardor patriótico: el 8 de setiembre se celebró el aniversario del desembarco

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del ejercito libertador con alegre tranquilidad, y con la confianza de que no seria la última fiesta de la patria.

Algunos hombres exaltados de aquellos, que por cobardia ó por corrupcion suelen deslucir las revoluciones mas brillantes con actos de barbarie, ofrecieron mil quinientos puñales, que habian de ser repartidos entre la gente desalmada. Monteagudo aplazó la medida, y segun sus expresiones, se guardé de echar mano de los puñales, no siendo en un extremo urgente, por que estaba firmemente persuadido, que era perjudicial anticipar ciertas medidas, que por su naturaleza se reservan solo para los últimos casos; contaba con la plebe y especialmente con los negros para ese lance extremo, en que se debe sacrificar el todo por el todo, esperando conmoverla por medio de proclamas incendiarias, como para el objeto" Para evitar el desórden prohibió tocar campanas, disparar cohetes y dar cualquiera otra señal de alarma. Dispuso, que las portadas estubiesen defendidas por destacamentos á cargo de oficiales veteranos, pensando, que todo lo demas era jarana. Sin embargo viniera de él ó de otro la provocacion para el crímen, se precipitó una multitud furiosa al convento de la Merced, donde por libertarles de violencias y precaver cualquier intentona de su parte, se habia obligado á encerrarse á los españoles residentes en Lima bajo pena de la vida. Los mas peligrosos habian sido remitidos á Ancon, y sin embargo los amotinados dieron contra los indefensos presos furiosos gritos de muerte. Por fortuna el oficial Castillo, que mandaba la guardia, cerró las puertas; los religiosos hicieron una llamada ferviente á los sentimientos de la caridad cristiana; las mugeres é hijos de los españoles clamaron contra los asesinos, y el humano Riva Agüero expidió las órdenes convenientes para impedir una de esas escenas de

horror y de sangre, bastante comunes en los pueblos mas cultos en situaciones análogas, pero muy opuestas. al caracter dulce y benévolo de la sociedad de Lima..

Entretanto San Martin, acampado primero en la pampa del Pino á corta distancia de la ciudad y despues en la chacra de Mendoza á dos millas de la muralla, esperaba en buena posicion el ataque de los realistas, sobreponiendose á las apremiantes instancias de los que le aconsejaban ir á atacarlos. En vano el audaz Cochrane, que habia desembarcado y hecho un hábil reconocimiento, unia sus vivas exortaciones á las de los jefes mas influyentes, y en vano vino á provocarle Canterac, derribando en la noche las tapias intermedias, y desfilando á corta distancia mediante maniobras, que le ponian en comunicacion con el Callao. El Protector dió una prueba insigne de prudencia y de sangre fria, calmando la impaciencia de su jente con palabras moderadas y con la esperanza de que el enemigo seria atacado, una vez llegada la ocasion oportuna. En verdad, los patriotas tenian la superioridad del número y del entusiasmo; pero era aventurado lanzarlos á descubierto contra fuerzas veteranas, bien disciplinadas y bajo jefes muy expertos. Habrían sido incalculables y muy dificiles de reparar los daños de una derrota á las puertas de la capital, y eran muy limitadas las ventajas que podian reportarse del triunfo á no ser decisivo. Con razon permaneció pues el ejercito libertador á la defensiva, y cuando los enemigos se dirigieron al Callao, cambió de posicion para seguir sus ulteriores movimientos, cubriendo siempre á Lima. No hubo mas hecho de armas, que la esforzada defensa de dos compañias de civicos al mando del capitan Iscue, los cuales retiraron su avanzada de Bellavista, haciendo frente á los realistas.

Aunque habia logrado entrar sin combate en la

plaza del Callao, no pudo felicitarse Canterac de su penosa expedicion. Los sitiados, que le recibieron con gran jubilo esperando ser socorridos, segun les habia ofrecido el virey al retirarse á la sierra, tuvieron el desconsuelo de saber, que no les traia viveres, y que no podia proporcionarseles. Por un momento se creyó, que les serian suministrados por comerciantes ingleses, dandoles al contado cien mil pesos y prometiendo cuatrocientos mil sobre las cajas de Arequi pa despues de la entrega; con esa confianza expedicionarios y vecinos aprontaron la primera cantidad; pero el comisionado para la compra no encontró, á la persona con que debia entenderse, y el dinero hubo de emplearse en otros gastos del servicio. El general Lamar, que mandaba los fuertes, resistió su desmantelamiento, porque eso habría sido entregar á discrecion á las muchas personas, que alli se habian refugiado, descansando en la proteccion ofrecida por La Sérna. Tampoco pudieron los expedicionarios llevarse los pertrechos de guerra, como habian pensado, por que no habia medios de transportarlos. Asi es que hubieron de salir del Callao, como habian entrado, dejando á los refugiados casi sin recursos y con solo la espectativa de un combate proximo, anunciado por las últimas disposiciones militares, pero cuyo exito se presentaba ya mas que dudoso. Al pasar á cierta distancia del mar, Cochrane, que por alli estaba á la capa, hizo dos descargas de metrallas sobre el primer cuerpo, que se desbandó en parte. Internandose mas como, si fue ran en busca de los contrarios aunque conforme á las prevenciones de La Serna y al dictamen de la junta de guerra, tenian resuelto no aventurar un combate se sostuvo la moral de la tropa; pero hubo de pronunciarse la retirada, y desde entonces abandonadas las brillantes esperanzas, que habian hecho llevadera la bajada á la costa, y presentandose en todo

su rigor las penalidades del regreso á la sierra, se hizo espantosa la desercion de soldados y oficiales; pasando en breve de 800 las bajas, la arrogante division se vió subitamente convertida en una tropa de fugitivos, á la que solo podian contener los rigores de la disciplina. Solo el fusilamiento de los sorprendidos al dejar las filas, aunque alegaran el cansancio, pudo impedir la dispersion completa, y dificilmente pudo restablecerse el espíritu militar mediante la solicitud de jefes respetables.

San Martin ordenó á Las Heras, que persiguiera á Canterac sin comprometer una batalla; aunque el gefe patriota llevaba una respetable fuerza de linea, secundada por numerosas guerrillas. Miller, que comandaba la vanguardia, tomó los ranchos, que los realistas preparaban en Macas; pero habiendoles querido dar alcance en la cumbre de Porochuco, fué rechazado por Monet, que tenia emboscada una fuerte columna, y continuan

la persecucion sin las precauciones, que aconsejaba un primer contraste, sufrió un sério reves el 23 de setiembre en las cercanias de Huamantanga. Sin embargo Canterac siguió perdiendo mucha gente, cuya desercion era favorecida por la infatigable guerrilla del intrepido Quirós, y su division estaba casi en cuadro al llegar á Jauja. Las Heras, que habia aspirado á destruirla por completo, tuvo que regresar á Lima, obedeciendo las órdenes del Protector; pero en palacio y delante de los empleados del ministerio se quejó en terminos vehementes á Monteagudo, presentando la contramarcha como una medida inconsiderada, y como vanos pretextos la razon, con que era defendida por el ministro de la guerra. Los hombres mas juiciosos é imparciales opinan, que la persecucion debió ser mas seria, y que San Martin pudo reportar mayores ventajas de la huida de Canterac. Cualquier juicio, que se forme de esos hechos, no podrá dudar

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