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En cambio de tan lisonjeras noticias, el general Padilla, comandante de Marina de Cartagena, y rival de Montilla, aprovechando la ausencia de éste, promovió un desórden en la plaza, apoderándose del mando y cometiendo otros excesos. Al saberlo Montilla, que estaba en Turbaco, dió sus órdenes, hizo salir de la plaza las tropas, aglomeró otras, y se preparó para batir al revoltoso. Viéndose éste sin el apoyo de la población, se puso en fuga, y se dirigió á Mompox, desde donde escribió á Bolívar, disculpándose. Pero no estaba contrito, pués allí mismo organizó un alzamiento, y lo habría puesto por obra, si previsor el general Montilla no hubiera enviado á Mompox una fuerza para impedírselo. Despechado Padilla, intentó todavía ensayar una nueva aventura en Cartagena, y penetró furtivamente en la ciudad, pero lo supo Montilla, y haciéndole arrestar lo envió bajo escolta á Bogotá.

En el Perú quedó gobernando el general Santa Cruz, cuando salió la expedición de Bustamante contra Colombia. Como enemigo de Bolívar, lo primero que hizo fué anular la Cons

titución Boliviana. Poco después le sustituyó en el mando el general Lamar, el faccioso de Guayaquil, quién como era de esperarse, para precaverse de cualquier ataque por el lado de Colombia, situó fuerzas considerables en la frontera, y comenzó á intrigar contra la paz de Bolivia.

Estaba alli Sucre, amigo leal de Bolívar, y estorbo para los peruanos. El plan de ambos generales era muy conocido. Lamar era Colombiano de nacimiento; Santa Cruz había nacido en Bolivia. Necesitaban, pues, para campear en el Perú, la anexión de sus respectivos países, y con este fin se enviaban fuerzas al Sur de Colombia y se promovía la revolución en Bolivia.

Pero antes de hablar de las maquinaciones peruanas y referir el término que tuvieron, volvamos la vista á Bolívar y á la Convención de Ocaña, instalada en dicha ciudad el 3 de Abril de 1828, y compuesta de amigos y enemigos del caudillo venezolano, más que todo, de hombres levantiscos, si bien patriotas ilustrados en su mayor parte.

Bolívar dimitió el mando ante dicha con

vención, y ésta procedió en seguida á ocuparse en la reforma de la Constitución. Esfuerzo vano, porque los convencionales jamás habrían podido entenderse. No se trataba allí de dar realmente á la República una Constitución vigorosa, basada en los verdaderos principios democráticos, ni de salvar la situación de Colombia, comprometida hasta cierto punto por el espíritu de discordia civil y amagos de guerra por parte del Perú y de España. La cuestión había quedado reducida al estrecho círculo de las personalidades, y era en este terreno que debía librarse la batalla.

Defectuosa, si se quiere, la Constitución de Cúcuta, ella había sido hasta allí el lazo de unión entre los Colombianos. Una vez desautorizada con la instalación de la Convención llamada á reformarla, las consecuencias de la inconsulta medida eran más que evidentes. El país tendría que elegir entre la anarquía y la dictadura.

Se hizo, pués, imposible el acuerdo entre los Convencionales. Santander y sus partidarios sometieron á la consideración de la Asam

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blea un proyecto de Constitución federal, que no fué aceptado por los bolivianos. Á su turno, presentaron estos un contra-proyecto que fué rechazado con grande algazara por los partidarios de Santander. La discusión se envenenó á poco andar; los diputados bolivianos fueron insultados, acaso intimidados, y resolvieron separarse de la Convención y regresar á sus domicilios.

Bolívar, que á la sazón se hallaba en Bucaramanga, no tomó ninguna parte en tal acuerdo, aunque sus enemigos hayan dicho lo contrario. Lejos de esto, desde que tuvo noticia de los desórdenes que ocurrían en el seno de aquella Convención, manifestó su deseo de retirarse á la vida privada en su patria.

Quedó, pués, Colombia sin Gobierno constitucional, por más que algunos creyeran que era posible revivir la Constitución de Cúcuta, y lo grave de la situación contribuyó entonces. á precipitar los acontecimientos.

En Bogotá se reunió una numerosa Asamblea de pueblo que desconoció la autoridad de la convención de Ocaña, y acordó darla en toda

plenitud á Bolívar, encargándole del mando supremo de la República. El consejo de Ministros aprobó lo hecho, y lo participó sin pérdida de instantes á Bolívar. Aceptó éste la dictadura, y se puso en camino para Bogotá.

El pronunciamiento de este último punto fué secundado en Colombia por casi todas las ciudades principales, y jefes de más nombradía en la República. Bolívar asumió en Bogotá el carácter de Libertador Presidente, y en ejercicio de la dictadura constituyó un consejo, y ofreció que se convocaría un Congreso constituyente para el 2 de Enero de 1830, con el fin de dotar á la República de una nueva ley fundamental. Entre tanto ordenó que la Constitución de Cúcuta tuviera fuerza y vigor. Las cualidades de los hombres extraordinarios están casi siempre en relación con sus defectos. Todo es grande en ellos sus errores se resienten de esto mismo. Algunos cometidos por Bolívar en el curso de su gloriosa vida podían justificarse, pero el error en que incurrió aceptando la dictadura fué el más grande y funesto de todos. No podía ocultársele que el

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