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Dióse el combate, y por supuesto, en él quedó vencido Córdova. En vano desplegó su admirable valor aquel día; en vano peleó con temeridad inaudita al lado de sus compañeros. Las tropas de O'Leary le derrotaron, y Córdova, al verse casi solo, se refugió apenas con 20 hombres en una casa inmediata, en la cual continuó defendiéndose, aunque herido. Atacado allí de órden de O'Leary hasta rendirlo, por una fuerza al mando de Castelli y de Ruperto Hand, que procedía de la escoria social de Irlanda, no quiso entregarse. La fuerza penetró, y Hand acabó de matarlo de dos sablazos.

Así concluyó sus días uno de los vencedores en Pichincha y Ayacucho.

Cuando O'Leary, noble oficial y perfecto caballero, tuvo noticia de la indigna acción de Hand, á quien despreciaba, porque con frecuencia estaba ébrio, lo separó de la división.

Bolívar recibió la noticia de este triste suceso en el tránsito de Guayaquil á Bogotá, y condolido de la infausta suerte de Córdova,

indultó á todos sus parientes y amigos, complicados en el alzamiento.

Entre tanto había llegado á Bogotá, como ántes llegara á Carácas el Señor de Bresson, enviado del Gobierno francés, en compañía del duque de Montebello, que no llevaba misión alguna para examinar el estado de las cosas, y decidir si Francia podría entrar decorosamente en relaciones diplomáticas con el nuevo país. Hizo el enviado francés el día de su recepción un discurso, al final del cual manifestó que los votos de su Gobierno eran por la tranquilidad de Colombia, por el restablecimiento Ꭹ consolidación de instituciones libres y fuertes que dieran á la Europa garantías de que el órden público se conservaría en los nuevos países de América.

Como el Congreso constituyente estaba en vísperas de reunirse, y la cuestión de la monarquía surgía de nuevo, por una imprudencia de Bolívar que referiremos después, varios diputados preguntaron confidencialmente al enviado francés, si Cárlos X recibiría con gusto la exaltación de un príncipe de su

familia al trono de Colombia. Excusóse de contestar el enviado, falto de instrucciones, pero aplaudió el proyecto y hasta ofreció apoyarlo con su influencia. Pero en la entrevista oficial que tuvo con el Gobierno de Colombia se limitó al asunto de sus instrucciones, lo cual desconcertó mucho á los miembros del Consejo, que unánimemente apoyaban el proyecto de monarquía. Eran miembros de este Consejo, Castillo Rada, Urdaneta, Restrepo, Vergara y Tanco.

Bolívar había tenido la culpa de que esta cuestion se pusiera otra vez sobre el tapete, aunque con la más sana intención, porque creyéndose muy grave en su reciente enfermedad, y acongojado por la incertidumbre del porvenir de Colombia, dictó una circular, excitando á los principales Colombianos á que se pronunciarán libremente por la forma de Gobierno y constitución que el próximo Congreso debiera promulgar. Este acto tan sano y honroso en sí mismo, despertó las ambiciones, y fué causa de que muchos amigos de Bolívar pensaran de nuevo en el estable

cimiento de una monarquía en Colombia.

Y fué lo más original que el consejo de Bogotá hizo imprudentes negociaciones con los enviados de Francia é Inglaterra, y se creyó burlado por Bolívar cuando éste le notificó en carta escrita desde Popayán en 22 de Noviembre, su más abierta desaprobación á todo lo hecho. Se quejaban los del consejo de que Bolívar, instruido á tiempo de aquellas negociaciones, no les hubiera hablado francamente desde el principio.

Esto mismo tuvo que hacer con los comisionados que de varios puntos de Colombia le llegaron, y muy particularmente con el que envió Paez desde Venezuela. De manera, que nadie tendría derecho para atribuir á Bolívar el designio de fundar una monarquía en su patria, ni mucho menos el de ambicionar para sí una corona. Lo único cierto fué que, agotado ya por el sufrimiento y desengaños, decaido en su salud y temiendo á cada instante que su gloria, su muy legítima, gloria se eclipsara en el tempestuoso cielo de Colombia, no tuvo el valor necesario para retirarse á

tiempo y dejar á otros la ingrata tarea de destruir el fruto de la abnegación y del sacrificio.

Bolívar llegó á Bogotá el 15 de Enero de 1830. La entrada, aunque muy concurrida, fué triste. Copiemos aquí el testimonio de Posada Gutierrez, uno de sus más leales historiógrafos. « Cuando Bolívar se presentó, yo ví algunas lágrimas derramarse. Pálido, extenuado; sus ojos, tan brillantes y expresivos en sus bellos días, ya apagados; su voz honda, apenas perceptible; los perfiles de su rostro, todo en fin anunciaba en él, excitando una vehemente simpatía, la próxima disolución del cuerpo, y el cercano principio de la vida inmortal. »

Bolívar dirigió al Congreso una notable exposición en que brillan los sentimientos de su noble alma, é hizo dimisión de su cargo, en concepto nuestro, de la manera más leal y decidida. La vida de Colombia iba á extinguirse al mismo tiempo que la de su fundador.

Faltaba, sin embargo, otra coincidencia, quizas la más dolorosa, que ya iba á realizarse.

Era la pátria quien debía proscribir á su

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