Imágenes de páginas
PDF
EPUB

siones aéreas? No ciertamente, sino premeditado artificio y ficción de todo punto inverosímil. La imaginación del pintor es piedra de toque de las ficciones del poeta: realza la que sugirió la fantasía, no acierta á hermosear las que sólo trazó el ingenio. Gustavo Doré, intérprete feliz de las creaciones del Dante, no nos hubiera podido expresar con el lápiz la consabida aparición. Quien diga que no es concepción absurda la de una sombra que, apareciéndose en las nubes, habla largamente con un ejército acampado, al mismo tiempo que va leyendo en el libro del Destino, póngase á corregir la ridícula lámina con que se intentó ilustrar el pasaje en la edición londonense de Ackerman.

>>Pasemos por alto el efecto poco artístico de ligar, como primera y segunda parte de un poema, dos acontecimientos análogos, dos batallas semejantes, la una de las cuales ó ha de oscurecer á la otra, ó ha de resultar fastidiosa repetición. Lo que nos parece del todo indefensable es un vaticinio que no tiene caracteres proféticos ni oraculares, porque ni es conciso ni misterioso en su forma. Santo Tomás explica muy bien la intervención divina en los actos humanos, observando que Dios mueve á cada criatura según su naturaleza peculiar; y como la voluntad es naturalmente libre, con

cluye que Dios la mueve acomodándose á esa libertad de que Él mismo quiso dotarla. Observacion es ésta aplicable á todo género de advertencias, anuncios é inspiraciones sobrenaturales. Los antiguos poetas gentiles, aun aceptando la creencia en el Destino, contraria á la libertad, con todo en las profecías y adivinaciones que introducían en sus poemas ponen cierta vaguedad nebulosa que deja campo para que el hombre obre con espontaneidad, y no marchando, como prisionero condenado á muerte, al término que le está señalado. Y esta práctica, al par que filosófica, es poética, pues libertad y misterio son alimento de la poesía.

>> No así el vaticinio del Inca. Huaina-Capac anuncia la batalla de Ayacucho con todas sus peripecias y pormenores, revelándole á cada jefe, punto por punto, la parte que ha de caberle en el combate y las hazañas que ha de ejecutar. Para gozar de la brillante descripción, el lector olvida ó disimula el artificio absurdo, y la toma como obra del poeta contemporáneo, testigo y admirador de los hechos que canta, y no como profecía de aquel personaje desenterrado y entrometido.

>>Los rasgos de mitología peruviana con que el poeta adorna el vaticinio, serían muy bellos en otras circunstancias; pero en boca del Inca, que habla al ejército patriota, no hacen sino

recordarnos á cada paso la impropiedad de aquella aparición, y la importunidad, á veces risible, con que habla la sombra, por más que las ideas estén allí revestidas de majestuoso estilo. ¿Qué efecto hubiera producido en Bolí– var y en los gallardos jefes de su ejército si realmente hubiesen visto la sombra aquella, adornada nada menos que de carcax y flechas, y la oyesen proferir estas palabras:

¡Oh pueblos que formáis un pueblo solo Y una familia y todos sois mis hijos?

¿Y por qué había de ser Huaina-Capac padre, no sólo de los peruanos, sino de los colombianos y de todos los españoles americanos? Aquí se ve el peruanismo del poeta, que en la persona del Inca hace á su patria reina de Améri– ca. El lazo federal que el Inca recomienda á «sus hijos, » es decir, á todos los americanos, es en su boca tanto más extraño, cuanto la unidad de nuestra civilización se basa precisamente en los elementos que trajo la conquista, y el Inca empieza por maldecirla (1). »

La pasión es mal consejero; porque rara vez deja de subordinarlo todo al ímpetu de su ofuscación ó ceguedad. De no ser así, difícilmente habría incurrido un poeta de la arreba

(1) Repertorio Colombiano, tomo II, págs. 447 y 48.

tada fantasía y el vigor varonil de Olmedo en la insensatez de hacer hablar á la sombra del Inca del modo que lo efectúa, ni dado margen con tal desvarío á estas oportunas observaciones del literato colombiano: «¿Podría dejar de sonreir Bolívar al ver que la sombra de un Inca, imitando á Horacio y á Virgilio y usando luego de un lenguaje en parte español y cristiano, en parte peruviano y gentílico, le ofrece, en premio á sus fatigas por la independencia americana, que, muriendo (Bolívar), será «ángel poderoso» en el «empíreo» y ha de sentarse á la diestra de Manco-Capac? Lo más gracioso es que en aquella morada de los justos Bolívar se habría de hallar entre incas é indígenas peruanos, sin otra persona de su raza con quien hablar que el fraile Las Casas, que, como solitaria excepción,

¡En el empíreo entre los incas mora!

¡Pobre Bolívar en semejante cielo! (1)»

Y ¡pobre Las Casas, añado yo, si en su calidad de prelado católico no hubiese merecido mejor recompensa final por sus apostólicas predicaciones en favor de los indios, que la que Olmedo le concede aposentándolo en el empíreo de los incas por toda una eternidad!

(1) Repertorio Colombiano, tomo II, pág. 448.

No me cansaré de repetirlo: la pasión es siempre mal consejero, y la del odio tal vez más ocasionada que otra ninguna á exageraciones é injusticias, sobre todo cuando nace al calor de contrapuestos deseos y se alimenta y aviva en el choque de encontrados intereses.

«En la declamación contra la conquista (añade Caro con recto y desapasionado juicio), aunque en boca del Inca, se ven en parte los sentimientos del poeta, que en este trozo estuvo injusto en lo que dijo y desgraciado en el modo de decirlo. Tratar á «todos, sí, todos >> los descubridores y conquistadores, sin perdonar á Colón, de «estúpidos, viciosos y feroces; >> decir que los sacramentos que trajeron eran sangre, plomo y cadenas; hacer solamente una excepción en favor del nombre de Las Casas, condenando á olvido ó á ignominia la multitud de varones apostólicos que evangelizaron la tierra americana, muchos de los cuales sellaron la fé con su sangre muriendo á manos de salvajes, es un rasgo de flagrante injusticia é ingratitud, una blasfemia y sacrílego insulto á la verdad histórica. No vale cubrirse con el fuero de la licencia poética. En esos casos, la musa abandona al poeta y le deja hablar sólo el lenguaje de la canalla. Vuélvase á leer el trozo aludido y se verá cuán por debajo quedó Olmedo del más ruín coplero. De la propia suerte man

« AnteriorContinuar »