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D. Pedro de Castilla, tan célebre por sus justicias y crueldades, y con tan vigoroso y siniestro colorido pintado por el poeta. En el que se refiere á D. Álvaro de Luna bosqueja el autor muy al vivo la turbulenta corte de D. Juan II y el trágico fin del Maestre de Santiago amigo y favorito del Monarca. El Conde de Villamediana es fiel trasunto de la España decadente de Felipe IV con sus costumbres galantes y caballerescas. Hállanse retratados moralmente de cuerpo entero en Una noche en Madrid Doña Ana de Mendoza, Princesa de Éboli, el secretario Juan de Escobedo, el audaz é intrigante Antonio Pérez, y el Rey Felipe II

"Macilento, enjuto, grave,

De edad cascada y marchita.»>

Un embajador español, La muerte de un caballero, La victoria de Pavía y Un castellano leal son cuadros que respiran nobleza española y lealtad castellana. En el titulado Recuerdos de un grande hombre, que empieza por la llegada de Cristóbal Colón al convento de la Rábida y concluye por el descubrimiento del Nuevo Mundo, el calor del grandioso espíritu del héroe se comunica á la narración de sus penalidades y esperanzas. ¡Qué verdad local no encierra la sencilla pintura de aquel almuerzo que se efectúa

"En el estrecho recinto

De una franciscana celda,

Cómoda, aunque humilde y pobre,
Y de extremada limpieza,»

preludio del acontecimiento más portentoso de la historia universal! ¡Con qué interés no asistimos á las sabias explicaciones del redentor de un mundo, tenido hasta entonces por visionario! ¡Cómo se inflama nuestro pecho al soplo de la inspiración divina del cosmógrafo! ¡Qué bien le da á conocer el poeta cuando dice:

"De aquel ente extraordinario Crece la sabia elocuencia,

Notando que es comprendido,

Y de entusiasmo se llena.

»Se agranda; brillan sus ojos

Cual rutilantes estrellas;

Brotan sus labios un río

De científicas ideas;

»No es ya un mortal, es un ángel,

Nuncio de Dios en la tierra;

Un refulgente destello

De la sabia omnipotencia. >>

¡Con qué profundo conocimiento, con qué rápidas pinceladas no anima á los más notables personajes de aquella gloriosa corte y de aquella época sin igual en los anales del mundo! ¿Quién no se siente embargado de respeto al

hallarse en presencia de la Católica Isabel, incomparable soberana en la cual resplandecían

El más claro entendimiento,

La virtud más pura y noble»?

Y ¿quién no descubre en La buena-ventura del valiente mancebo de Medellín al rayo asolador del imperio de Motezuma, al héroe sin rival, asombro y pasmo del orbe, que tan hondamente grabó en su alma y practicó los dignos consejos de su padre?

"Hernando, Hernando, hijo mío,

Á tierras lejanas vas

Donde nunca olvidarás

De mi noble sangre el brío.

»Cual cristiano y caballero

Teme á Dios, guarda su ley,

Sirve con lealtad al rey,

Sé devoto y sé guerrero.»

¿Quién no ve compendiadas en las calidades del romance que se titula Bailén las más características de la epopeya y del drama: un gran pueblo por héroe; una arraigada creencia por inspiración; un sentimiento patriótico por bandera; y la soberbia de la ambición incontrastable, y el castigo del engaño, y la ruina del invencible, y el triunfo de la constancia? Al aparecer Napoleón en el poema le encontramos

"De oro, de hierro, de barro Inmensurable coloso,

La frente en las altas nubes,

El pié en los abismos hondos;

»De infierno, de cielo y tierra

Un incomprensible aborto,

Un prodigioso compuesto

De ángel, de hombre y de demonio (1).»

Al concluir el romance vemos las valerosas huestes del nuevo Alejandro, triunfantes de la Europa y del África, abatidas por primera vez ante el patriótico arrojo de bisoñas turbas, y desde el trono del Eterno vuelan dos án

que geles,

"Uno á dar la nueva al polo,

Su nieve en fuego tornando;

Otro á cavar un sepulcro

En Santa Elena, peñasco

Que allá en la abrasada zona
Descuella en el Oceáno.>>

Si queremos presenciar la lucha de un alma ardiente con la pasión y el deber, derramar

(1) Lamartine había aplicado este pensamiento á la calificación de Byron:

Toi, dont le monde encore ignore le vrai nom,

Esprit mystérieux, mortel, ange ou démon.

El Duque de Rivas, desarrollando la idea con mayor vivacidad, la ha completado y engrandecido, dándole al par aplicación más oportuna.

lágrimas que consuelen y purifiquen (porque á través de la emoción que experimentemos nos descubran el triunfo del alma sobre el alma, la mayor y más costosa victoria del sér humano, la salvación y eterna dicha del espíritu), busquemos al gran Marqués de Lombay; aprendamos en El solemne desengaño que experimenta al contemplar los míseros despojos de la que tuvo ignorado altar en el fondo de su corazón, en qué vienen á parar la hermosura, el poder, la grandeza, cuantas vanidades nos deslumbran ó cautivan en este mundo. Entonces conoceremos lo que va de la pasión que triunfa del libre albedrío, de la cual es testimonio elocuente D. Álvaro, á la que sucumbe aherrojada por la fuerza imperiosa de la voluntad. Entonces llegaremos á decir con el héroe de tan ejemplar y conmovedor romance:

"No más abrasar el alma

Con sol que apagarse puede;

No más servir á señores

Que en gusanos se convierten.>>

El Cuento de un veterano, drama terrible ocasionado por una de aquellas venganzas que en Italia eran tan comunes en otros días, manifiesta los estragos de esa infernal pasión en un pecho de mujer, y el abismo á que el libertinaje arrastra al hombre. La vuelta deseada y

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