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los

el número de los tripulantes, y sin duda mayores que alicientes de los reyes en su decreto del 30 de Abril. Si á lo dicho agregamos la calidad de las personas restantes que acompañaban al descubridor, no dejará de darse peso á nuestra opinión. Entre ellos figuraba Rodrigo Sánchez de Segovia, inspector general; Rodrigo de Escobar, que iba de escribano real; Diego de Arana de alguacil mayor; un médico, un cirujano, etc.

C.

Inútil es detenernos á deshacer las historietas de los escritores apasionados respecto á la preconcebida avería de la Pinta. Iba mandada, como se ha dicho, por Martín Alonso Pinzón, y llevaba por piloto á su hermano Francisco Martín; júzguese del cuidado que ambos pondrían antes de la partida, para que fuese lo mejor dispuesta posible. Otro tanto debe decirse de Colón, á quien los escritores extranjeros pintan hecho un Argos inspeccionando minuciosa y desconfiadamente los trabajos de calafateo, etc. En su diario dice «yo armé tres navíos muy aptos, etc.» Si al día siguiente de la salida (cuatro de Agosto), navegando con viento recio, sufrió la Pinta una avería en el timón, no hay necesidad de culpar de ello á nadie; Pinzón inmediatamente lo aseguró lo mejor que pudo, y si al siguiente volvió á soltarse, bien sabe todo el que ha navegado, lo difícil que son de remediar estos fracasos aun con tiempo bonancible. Colón por lo recio del tiempo no pudo socorrer á la Pinta; á esta carabela se le hizo timón nuevo en las Canarias por orden del almirante. De esto se deduce que la avería fué de consideración, y que no pudo ser premeditada, so pena de condenar de topo al mismo Colón, y á los Pinzones de enemigos de sus intereses.

D.

Los reyes habían ofrecido diez mil maravedís de renta al primero que viera la tierra. Esta suma se adjudicó á Colón por declaración real; la causa alegada fué el haber visto Colón y Pedro Gutiérrez después de él (á las diez de la noche del once de Octubre) y por indicación suya una luz. Prescindiendo de lo que esta determinación tenga ó no de justa, parece á todas luces imposible que desde la popa de la carabela pudiera distinguirse punto alguno luminoso en tierra, si los datos que da Irving son ciertos: Dice así este acreditado historiador: (Libro 3. cap. 4.o par. ult.) «A las diez de la noche, hora en que se vió la luz, el almirante debía hallarse á catorce leguas de la isla.» Ahora bien, como en el mismo párrafo se lee, estas catorce leguas equivalen á cincuenta y seis millas italianas ó cuarenta y dos españolas. ¿Quién creerá posible dominar desde la popa de una carabela pequeña tanta distancia al horizonte? Agréguese á esto que la luz que se supuso vió Colón, era la que pasaba de una casa á otra (dice Herrera); por lo tanto debía ser una tea ó manojo de yerba seca, y así el foco luminoso, por necesidad pequeño. Ni se diga que la luz pudiera haber aparecido en algún sitio elevado de la isla, pues dice expresamente Irving «esta isla es muy llana y sin ninguna montaña.»>

E.

Echemos una rápida ojeada acerca del estado en que se hallaba España en esta época, tanto en la parte científica como en la material de la navegación.

Oigamos á Robertson: «La sabiduría que cultivaron los árabes se había introducido en Europa por medio de los moros establecidos en España y Portugal. La geo

metría, la astronomía y la geografía, sobre las cuales estriba la navegación, eran objeto de grandes estudios. Para regentar la famosa academia de Sagres, sacó de España el infante D. Enrique un famosísimo matemático, perito en la navegación y en el arte de hacer instrumentos y cartas de mar. Fundó una escuela y una academia de la cual lo hizo jefe. (Historia de los viajes-Tomo 1, cap. 1. pag. 5.)» Este fue Jaime de Mallorca.-Juan Sarisburiense, inglés, dice en su Metallogía: «apenas se conocía entre nosotros el arte de demostrar que hace parte de la geometría, ciencia que estudian pocos fuera de España y de la vecina Africa; estas dos naciones se distinguen entre todas por el estudio que hacen de la geometría tan necesaria para la astronomía, etc.» Micer Jacobo Ferrer, natural de Cataluña, era muy docto (según la época) en la geografía y astronomía. Por orden de los reyes Católicos dió un dictamen relativo á la navegación de las Indias, donde da pruebas de los conocimientos que poseía. Fué llamado á Barcelona cuando Colón re gresó por primera vez, para estudiar en los mapas que había hecho el almirante (1). Juan Siliceo, creado Cardenal en 1514, era renombrado como matemático; sus obras alcanzaron en Francia grande aceptación. Más famoso fue aún Pedro Ciruelo, matemático insigne, y Pedro Juan Oliver, geólogo y astrónomo que refutó á Aristóteles en su teoría del flujo y reflujo del mar.

Los viajes marítimos que los españoles hicieron á la América apenas descubierta, dan una idea clara de los

(1) En la sesión celebrada en París el 27 de Agosto de 1878 por la Asociación francesa para el adelanto de las ciencias, se presentó una carta hecha por el piloto mallorquín Gabriel de Vallseca, en el año de 1447 (Ribeiro dos Santos dice que en 1439), que marca el litoral del Mediterráneo. Las costas de Italia y de Argelia están dibujadas cuidadosamente, pero todavía descuellan las de Mallorca, patria del autor, de tal modo que hoy no se hace nada mejor, (palabras de la Asociación). Por dicha carta pagó Américo Vespucci ciento treinta ducados de oro, y actualmente vale "plusieurs centaines de mil francs."

conocimientos y práctica que tenían en el arte de navegar (1). Colón abrió el camino, es cierto; pero Ojeda, Alonso Niño, Cristóbal Guerra, Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solis, Diego de Lepe, Rodrigo Bastides, Alaminos y mil más, recorrieron mares y descubrieron costas y ríos ignorados de Colón. Los viajes de Antonio Torres, Fernández, Sánchez Carbajal y cién otros que en todas estaciones iban de la Española á Cádiz antes de 1500; la justa fama adquirida por los pilotos Sánchez y Bartolomé Ruiz, Juan de la Cosa, etc., etc., prueba con toda claridad la pericia de los españoles en la náutica antes que Colón descubriera la América. En el tiempo que medió entre el descubrimiento y estos viajes no se hacen consumados marinos. Y por cierto que no faltó á los españoles ocasión para familiarizarse con el mar. Que los catalanes sostenían en el Oriente de la Europa

(1) No vaya á suponer el lector que los quiera graduar de sapientísimos cosmógrafos; y pues viene á pelo, trasladaré de las Disquisiciones náuticas", del Sr. D. Cesáreo Fernández Duro la chistosa burla que el madrileño D. Eugenio de Salazar hizo de la ciencia náutica de los pilotos de 1573, para que por ella deduzcamos á qué altura estaría en 1492: «Es de ver, dice, al piloto tomar la estrella, verle tomar la ballestilla, poner la sonaja y asestar al Norte y al cabo dar tres ó cuatro mil leguas de él; verle después tomar al mediodía el astrolabio en la mano, alzar los ojos al sol, procurar que entre por las puertas de su astrolabio, y aun no lo puede acabar con él, y verle mirar luego su regimiento, y en fin, echar su bajo juicio á montón sobre la altura del Sol... Tomar la altura á un poco más o menos, y espacio de una cabeza de alfiler en su instrumento, os hará dar más de quinientas leguas de yerro en el juicio.—Qué es verlos preguntar unos á otros: ¿cuántos grados ha tomado vuestra merced? Uno dice: diez y seis.-Otro: veinte escasos, y otro: trece y medio. Luego se preguntan: como está vuestra merced con la tierra?-Uno dice: yo me hallo cuarenta leguas de tierra. Otro: yo ciento y cincuenta.-Otro dice: yo me hallé esta mañana noventa y dos leguas."

Por lo que atañe á los instrumentos náuticos, los vemos muy aptos para obtener con ellos resultados monstruosos. Podemos rastrear de qué jaez serían los que usó Colón, cuando entre los dados al Cosmógrafo de una armada de galeones para hallar la longitud, figura un tablón de nogal con un círculo dividido en sesenta partes, de una vara en cuadro, poco más o menos, y con el dos renglones de la mesma madera, de una vara en largo, etc. El astrolabio de Bartolomé Díaz era de palo, de tres palmos de diámetro y se armaba en tres barrotes á manera de cabria.

un comercio sobremanera activo, pruébalo el tener establecidos cónsules en Berbería, en la Acaya, Tracia, Macedonia, Tesalia, en el Peloponeso y Negroponto. La celebérrima expedición de catalanes y aragoneses al Oriente que dió por resultados la fundación de los estados de Atenas y Neopatria, contribuyó al ensanche del comercio, y por lo tanto á la formación de buenos marinos. Los vizcainos y catalanes frecuentaban además los puertos más concurridos de Flandes; los primeros tuvieron establecida en este país una casa de contratación, y los segundos otra más tarde. La marina militar (cuya preponderancia depende de la que la mercante tenga) tenía necesariamente que ser muy respetable. El combate de Alguer entre catalanes y genoveses sea de ello testigo; perdieron éstos cuarenta galeras de las sesenta que tenían, y ocho mil hombres de tripulación. Desde esta época dejó de ser Génova «la reina de los mares.» En 1482 esto es, cuando ni pensaba Colón venir á España, salieron de los puertos de Vizcaya y Andalucía sesenta naves de guerra para proteger las costas de Nápoles amenazadas por el Turco; y la que en 1500 llevó igual destino constaba de setenta. La escuadra de ciento y treinta velas que llevó á la infanta Doña Juana á Flandes meses después del descubrimiento de la Española, las muchas expediciones marítimas que salían de Palos de Moguer para el descubrimiento de la América, ¿podían improvisarse ni en el material ni en el personal? Resaltará más lo adelantada que estaba España en la navegación, industria y comercio, antes que Colón descubriera la América, si se lee el apéndice donde se habla del estado de otras naciones de Europa en esta época en general y del de España en particular.

F.

Como por una parte no escribimos la historia de la isla de Santo Domingo, y por otra D. Cristóbal Colón se

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